Un olor maravilloso invade la habitación. Crees que has dejado la ventana abierta. ¿O viene de la cocina? Quizá de la calle…venga de donde venga, tu pituitaria está alegre, estalla de contento. ¿Por qué huele tan bien? Seguramente, a tu alrededor, en algún lugar, alguien haya dejado una planta aromática: en una pequeña maceta, en el alféizar de la ventana, en el patio, o, probablemente, la esté usando para condimentar el almuerzo. Las plantas aromáticas son tan habituales en nuestra vida cotidiana, que la mayor parte del tiempo no nos damos cuenta de su presencia. Pero están. ¡Bien que lo sabe tu nariz!
Está la flor del naranjo. Está la menta. Está el orégano, está la hierbabuena. Está la albahaca, la lavanda, el romero, el tomillo… su variedad es extensísima, y todas las plantas aromáticas se dividen, en su origen, en tres tipos: las llamadas plantas, propiamente dichas; las culinarias y las medicinales. Cada una tiene, digamos, una función. Unas plantas aromáticas tienen como destino la cocina, que es como decir, hacernos mucho más agra- dables los guisos y las comidas. Otras nacen para vivir en nuestros jardines, sean públi- cos o privados, y que cuando paseemos, nos sintamos como en alguna película de Sisí emperatriz. Y otras nos ayudan, con sus propiedades, cuando padecemos alguna dolencia.
Las plantas aromáticas de ornamentación son aquellas de cuyas hojas se desprenden un aroma penetrante, distinto y único. Nuestras calles están llenas de naranjos, y cuando el naranjo está en flor, su perfume es inconfundible. Las damas de noche son otras grandes señoronas de nuestras ciudades: su aroma es una de las señas de identidad del verano. Otras, como el jazmín o la lavanda, son tan características que muchos productos de limpieza las utilizan como reclamo para vender sus suavizantes, champús o geles.
Las plantas culinarias son reinas de la gastronomía. La lista es inmensa, interminable. De este tipo de plantas aromáticas nacen las especias, indispensables para dotar a nuestros platos de un sabor único. La albahaca, el anís, la canela, el cilantro, la cúrcuma, el curry, el eneldo, el estragón, la guindilla, el jengibre, el laurel, la nuez moscada, el orégano, el perejil, la hierbabuena, la pimienta, el romero, el ajonjoli…no sólo ofrecen una gama amplísima para salpimentar platos y hacerlos irresistibles, sino que tienen otros muchos usos: hay plantas aromáticas en la repostería tradicional y hasta en la coctelería. ¿Quién es capaz, ahora, de tomarse un gin-tonic sin aderezarlo con cilantro, con canela, con ba- yas de enebro, con cardamomo o con un poco de cilantro?
Las plantas aromáticas medicinales son una de las variedades de este tipo de vegetales que más tiempo llevan entre nosotros. En nuestro modo de vida, siempre han estado presentes, aunque inadvertidamente. Últimamente está de moda el aloe vera. De esta planta en apariencia austera y propia del desierto, sale una resina que huele estupendamente bien y cuyos efectos sobre la piel quemada, deshidratada o lastimada por el sol, son extraordinarios. Pero con nosotros siempre han convivido la manzanilla, un clásico de nuestros tés, cuyos efectos son probadamente efectivos contra el estrés; la menta, el árnica o el diente de león, este último tradicionalmente considerado como útil contra la anemia, la inflamación, la fiebre o la carencia de vitaminas.
En definitiva, las plantas aromáticas llevan con los seres humanos desde que el hombre es hombre. Ya en el Neolítico, cuando nuestros abuelitos pasaron de cazar mamuts a sembrar hortalizas en los campos, las utilizaban para dar sabor a su dieta basada en el cereal, y luego para condimentar las primeras carnes y el pescado, o para conservarlas largo tiempo. De ahí el verbo sazonar, que nos ha acompañado siempre, y que no es más que aderezar un alimento con sal y pimienta para mantenerlo en condiciones óptimas en nuestra despensa. Los antiguos egipcios, los chinos, los griegos y los romanos cultivaron y adaptaron numerosas plantas aromáticas a su gastronomía, y hasta nuestros días se mantuvo en cada una de las cocinas de todas las civilizaciones, tanto americanas como euroasiáticas, como elementos indispensables de la vida de los pueblos.
Las plantas aromáticas embellecen nuestros hogares, los perfuman y convierten eso tan sencillo de sentarnos alrededor de una mesa, en un placer y en un arte. Casi siempre, las plantas aromáticas, sobre todo las más habituales para nosotros como el laurel, la albahaca, la menta, el orégano, el perejil, el romero o la hierbabuena, pueden ser cultivadas en nuestra propia casa. No importa si es en el interior del hogar como en el exterior: lo único que cambia es la atención a la tierra y a la luz, puesto que si cultivamos este tipo de plantas en nuestra propia cocina lo único que hemos de estar es más concentrados en cambiarle la tierra a menudo, humedecerla, y en que reciban buenos rayos de luz solar aunque no de forma directa.
La calefacción excesiva y la falta de ventilación les vienen muy mal: es natural, son plantas duras pero delicadas. Pueden crecer en cualquier lugar, ¡pero su perfume necesita un poco de amor para desarrollarse! Como el origen de casi todas estas plantas aromáticas es mediterráneo u oriental, sobreviven con poca agua, salvo la menta, la hierbabuena o el perejil, que suelen nacer espontáneamente allí donde hay un grifo, una corriente de agua que cree condiciones de humedad a su alrededor, un salidero, etc. No les viene nada mal un poco de abono líquido si crecen en maceta, un par de veces al mes; es mejor no agotarlas más allá del año de vida, y la mejor época del año para propiciar su germinación es a mitad de la primavera.